.: Rugby Sin Fronteras y su regreso de las Islas Malvinas ::.

Hoy, a 29 años del desembarco argentino en las Islas Malvinas, reproducimos el artículo con el cual la fundación contó los pormenores de su nueva visita a las Islas en este 2011


Desde el momento en el que vimos las islas desde el avión, se fueron metiendo dentro nuestro. Despertaban en cada uno de nosotros fuertes sentimientos, algunos de dolor y de tristeza, otros de emoción. Todos sentimientos que son parte de nuestra idiosincrasia, de nuestra cultura y que como dijo Hugo Karplus, Embajador de Camerún y representante de la asociación civil amigos Malvinas-Falklands: "no tengan miedo de mostrar las emociones, hay que tener mucho coraje para llorar entre adultos".


Nos encontrábamos solos, en un lugar donde no había hostilidad contra nosotros, sino la más terrible de las penas, la indiferencia. En una sociedad en la que no entendían cómo un grupo de 14 personas, profesionales de distintas ramas que abandonaron sus trabajos por una semana, sin apoyo político de ningún tipo, sin sponsors que sustentaran sus gastos y sin otra bandera que una pelota de rugby, podían ir hasta su pueblo a enseñarles rugby y los valores que este deporte conlleva.

A medida que pasaban los días y sorteábamos los distintos problemas burocráticos que surgían, productos no de la maldad de los isleños, sino de los malos manejos políticos entre nuestros países. Fuimos volviéndonos más fuertes y comprometiéndonos con la causa; esta misión de paz, que entendemos como la única forma de tender un puente entre dos naciones que siguen, 29 años después, con las heridas abiertas de una guerra cruel.


Pese a la negativa inicial de darnos la cancha del colegio por encontrarse casualmente completa su planilla de reservas durante los días que íbamos a estar allí, cada tarde, cuando los chicos salían del colegio, íbamos al costado del predio a realizar tareas de precalentamiento. No obstante el frío, el viento y la lluvia de un clima cambiante, nos quedábamos allí para pasar la pelota entre nosotros, sumando a los chicos que iban acercándose, tímidos al comienzo y más seguros a medida que íbamos creciendo en número.

Día a día los chicos llegaban más entusiasmados, corriendo con sus camisetas puestas y pasándose la pelota entre ellos. Fuimos viendo cómo el rugby se les iba metiendo por los poros y les iba impregnando el alma, esa alma incorruptible de niño que no entiende de políticas; y no olvidamos que ellos son el futuro. De los isleños adultos que habían participado del partido que se jugó en 2009, ninguno vino, sus variopintas excusas no lograron ocultar la verdadera razón: evitar el estigma social de los más conservadores.

Llegó el jueves, el día del gran partido. Vinieron algunos padres que acompañaron a sus hijos al partido y que nos contaron cómo sus hijos sólo hablaron de rugby y de ese grupo de extraños que llegaba desde un lugar casi proscripto por algunos, con snacks, coca cola y pastillas Halls gratis, para jugar con ellos a un deporte que empezaban a amar. Poco a poco llegaron más jóvenes, más padres, y Teslyn Barkman, la cronista del periódico local, Penguin News, que registraba todo el momento.

Antes de empezar, nos abrazamos en ronda en el centro de la cancha, y Juan Bautista Segonds arengó a los jugadores, explicándoles que ese día allí se jugaba un partido histórico, y que hace 29 años en esa misma tierra sucedía una de las mayores desgracias que pueda aquejar al hombre: la guerra. Que se jugaba para que nunca más haya guerras entre nostros. Rendimos un minuto de silencio por los caídos de ambos bandos y comenzó el partido tras el kick off de Fernando Magno, el capitán del 7mo regimiento de infantería de La Plata.

Festejamos el tercer tiempo en la cancha y los invitamos a todos a venir al hotel con sus padres a seguir el festejo después de la cena. Todos nos pedían que les firmáramos las remeras, mientras se sacaban fotos con nosotros. Cada uno le regalaba algún recuerdo a los chicos para que no se olviden de nuestro mensaje. Como Ciaran que antes de irnos le regalé mis hombreras y él me miró sin entender mucho el gesto, pero recordó que el rugby es eso: entrega, a veces sólo por convicción. Me abrazó y se quedó así un largo rato.


Fuente: Rugby Time

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